En una encuesta que realizamos en dos poblaciones de la Costa Caribe, y cuyo resultado es aplicable a otras partes del territorio nacional, el día de las elecciones el 79% de esos electores vende el voto al mejor postor, quien lo compra para poder consolidar su poder político.
Es decir, ambas partes, vendedor y comprador, le generan a la sociedad un gravísimo daño moral, con implicaciones políticas y económicas, pues quien lo compra (candidato) se libera de cualquier compromiso de gestionar los proyectos para solucionar los graves problemas sociales de la comunidad, y quien lo vende, actúa de manera irresponsable sin saber que por este medio nace el más grave problema que aqueja al pueblo colombiano: la corrupción, que se lleva casi el 30% del presupuesto público.
Ahora bien, en dicha investigación, más del 60% de quienes venden el voto lo hacen por desprecio a la clase política, porque no creen en ellos, no son confiables, son mentirosos y no cumplen lo que prometen; el otro sector, lo vende porque según ellos, ese día comen mejor y hasta se emborrachan por cuenta de la clase dirigente. Unos comen pollo y hasta carne de 20 mil pesos libra. O sea, que entre más mentiroso e incumplido sea el candidato, más costosa le sale su campaña política.
Este escenario macabro de la política colombiana es muy parecido al comercio del sexo, donde el parroquiano obtiene el servicio sexual de la mujer a cambio de unos pesos. Ella no cree en él, él no cree en ella. Ella le cobra porque no cree en “pajaritos preñados”. Pero si surge el amor y la confianza mutua, esos retozos de cama pueden salir gratis, o medio gratis, pues en esta economía capitalista todo tiene su precio. El problema es la credibilidad del candidato.
Por tanto, el día que el pueblo colombiano cambie su cultura política y sus dirigentes sean personajes sinceros, confiables, transparentes, humildes y lleven buenas intenciones en este matrimonio, el elector también responderá de igual manera, es decir, no vendería su voto, escogiendo libremente a sus dirigentes, y el país entrará en una era de cambios y de progreso en la estructura del Estado.
Pero, ¿Quién cambia primero? ¿El político o el elector? Aquí está el meollo del asunto, el medullum. Tarea durísima, difícil, pero no imposible. Se necesita un trabajo pedagógico de muchos años y en todos los sectores del Estado, y que ojalá la covid ayude a limpiar a esta sociedad de tantos avivatos, pues este virus parece fabricado para generar más pobreza y desigualdad.
Es un virus diabólicamente torcido.
Al respecto de este tema, el informe elaborado por el Laboratorio mundial de desigualdad de París nos precisa lo siguiente: el 10% de los más ricos del mundo en el 2021 se quedaron con el 52% del total de la riqueza, mientras que el 50% más pobre se tuvo que contentar con el 8.5%.
Alma bendita de Li Wenliang, desde el “Muro de las lamentaciones de China”, ¡haga algo, por favor!
"Artículo de Francisco Cuello Duarte y publicado en el diario El Heraldo de Barranquilla, Colombia."
FRANCISCO CUELLO DUARTE
CONSULTOR POLÍTICO
¿Te gustó este artículo? Compártelo!