Colombia es un país de contrastes macondiano. Aquí una vaca vive mejor que un campesino de Boyacá, en un espacio de 10.000 metros cuadrados. Según estadísticas del gobierno, contamos con 40 millones de hectáreas aptas para agricultura, pero sólo utilizamos 5 millones. El 80% de la tierra está destinada a la ganadería. Sin embargo, con toda esta tierra fértil, con agua y sol permanente, importamos arroz, maíz, trigo, soya, fríjol, huevos y pollos. La seguridad alimentaria es gravísima, pues casi 7 millones de habitantes sólo reciben dos comidas al día.
En el otro lado del mundo, en Israel, se producen 300 toneladas de tomate en una hectárea, donde aquí vive una vaca flaca. Se produce carne y leche sin vacas, y miel sin abejas. Se trata de un país tan pequeño como el tamaño del departamento de la Guajira, desértico, con un conflicto bélico permanente, sin agua, sin petróleo y sin carbón. Y cada año recibe 4 millones de turistas bien atendidos.
Con esta realidad, la ministra más inteligente de este gobierno, Cecilia López, se propone hacer una reforma agraria, adquiriendo tres millones de hectáreas de tierra a los ganaderos (seis veces el área agrícola de Israel). El proyecto en mención tiene varios aspectos importantes: estructurar la cadena productiva del sector, fortalecer la línea de crédito agropecuario, solidez y seriedad en el esquema de comercialización, reducción de los costos de los insumos y un Acto legislativo donde el campesino tenga reconocimiento como sujeto de derechos y especial protección constitucional. Es una revolución pacífica. Sin embargo, veo un problema grave, y pregunto: ¿quién va a trabajar esa tierra?
De los 50 millones de habitantes, la población joven que puede trabajar en el área rural (de 18 a 49 años) son cerca de 20 millones de personas. Y dudo que quieran dejar la ciudad, pues muchos aspiran a recibir pequeños subsidios, que mezclan con su rebusque, mientras que otros deciden irse como raspadores de coca en el Cauca o en el Catatumbo.
La gran mayoría de ese grupo prefieren vivir en las ciudades, adormecidos por el Reggaeton escuchando las melodías de J. Balvin, Bad Bonny, Wisin, Ozuna, entre otros, cuyas letras los transporta a un mundo imaginario donde no hay sufrimientos, ni dificultades materiales, sólo placer sin límites como dice Wisin (Escápate conmigo): “te quiero comer, tus labios besar, se te eriza la piel, tu quieres castigo”. O como entona Ozuna (El farsante): “hacer el amor a diario y de paso gastar el dinero, ya nada me parece interesante, yo se que en el amor soy un farsante, no se si vivir o morir”. Y como remataría Farina: “esa nena quiere trakatá, trakatá, trakatá”.
WISIN
La música emociona el espíritu, transmite valores, libera energías y tiene un impacto sobre el desarrollo de una sociedad. Las canciones reflejan las condiciones económicas, sociales y culturales de un pueblo. Y, el reggaetón no es una música que induzca al trabajo.
"Artículo de Francisco Cuello Duarte y publicado en el diario El Heraldo de Barranquilla, Colombia."
FRANCISCO CUELLO DUARTE
CONSULTOR POLÍTICO
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Muy buena e interesante columna, didáctica, analítica y adobada con comentarios jocosos. Agradable lectura.
Excelente apreciación de lo actual en Colombia